La Isla Desierta
Roberto Arlt retoma el símil platónico en «La isla desierta» donde nos presenta unos oficinistas esclavizados y robotizados que, por lo menos han ascendido desde los sótanos de la empresa donde trabajaban y donde no había luz del sol sino de bujías eléctricas, al décimo piso de la misma, donde tienen la posibilidad de observar a través de la ventana un mundo que les está prohibido.